¡Vive el presente! Esta frase se repite una y otra vez en mi cabeza. Vive el presente, dice, no pienses tanto en el futuro .Y es que no pienso en el futuro, sino que fantaseo sobre el mismo. Me imagino haciendo todo aquello que ansío con todas mis fuerzas, pero como la suma de todas las fuerzas es igual a cero, diré que son deseos que salen desde mis entrañas, que sacuden mi espíritu, no dejan dormir a mi alma y que ponen a correr a mi corazón en una carrera de Fórmula 1.
En mis fantasías estoy en un departamento con los ladrillos de las paredes descubiertos, Charles Aznavour sonando en el fondo (La boheme dice el estribillo), y desde mi ventana de cristal contemplo las largas calles de París, en el fondo se divisa la Torre Eiffel, mañana besaré sus pies una vez más. El chico del frente me saluda y sonríe. Me encantan sus rizos oscuros. ¿Cuándo se atreverá a decir algo? Tous les visages de I’Amour comienza a sonar, Charles descansa.
Que c’est triste Venise, au temps des amoures mortes; comienza a cantar. La voz de este señor es muy agradable, otra vez Charles Aznavour es el fondo, pero esta vez la letra sale de otras cuerdas vocales, sobre una góndola. Él me besa, mientras yo me agarro de uno de sus rizos, con delicadeza lo paso por mi nariz. Huele tan bien. El departamento en Venecia acoge nuevas embestidas, algunas tiernas, otras salvajes, todas llenas de pasión.
Y así, vamos de una ciudad a otra, de Berlín a Moscú, de Hong Kong a Tokio, de Sidney a Bombay… Pero no, no necesito un avión para regresar, estoy de vuelta. La habitación de mi cuarto me asfixia. Es una jaula. Ya no soy capaz de oler los dulces rizos; y aunque Aznavour sigue en el fondo, la sensación no es la misma. El corazón se me aprieta y contrae con tanta fuerza que parece querer suicidarse. Vive el presente. Mi conciencia canta más alto que mi amado Charles.