Giro de 360º
27 May, 2022
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Recuerdo aquella noche tan clara, tan nítida, como el sonido analógico de un vinilo. Esa noche fue como una canción de los Beatles, el Twist and shout en plena década de los '60 con el fanatismo besando sus pies .

Me sentí tan viva, eufórica y llena de adrenalina, que el resto de mi vida antes de ese momento, no pareció real.


Entramos en aquel pub. La música retumbaba sobre el corazón, haciéndolo bombear con firmeza. Da igual que supieras bailar o no, aquella jodida música hacía moverte con estilo al ritmo de sus acordes. Tus hombros se movían, junto al paso de tus pies, con toda confianza. Nada podía pararte. Las tristezas de cualquier día tonto, se disolvían en el sabor del Puerto de Indias, en el grito de guerra de "aquí no importa nada" y en las sonrisas y miradas cómplices entre los amigos, con un brillo especial. Quizá fue eso la felicidad.
Eran las 00:00 de la noche y todo acababa de comenzar. Brindamos por la amistad, por los instantes como este en el que todo merecía la pena y por los nuevos comienzos. A nuestro amigo Javier le acababa de dejar la novia, después de cinco años de relación, y estaba verdaderamente echo polvo; decidimos convencerle para salir y que se pudiera dar cuenta de que nunca le dejaríamos solo. Que tras los finales, siempre suele haber otro inicio. Un reinicio. Y allí estábamos todos, sonriendo como si nada. Realmente felices.


-¿Qué tal, Javi?, _le dije, cuando estábamos a solas, pidiendo otra copa en la barra_  ¿estás bien?
-Sí, no te preocupes, Sandra. No te voy a negar que es jodido; estas dos semanas que llevo solo, he sentido que no podía soportarlo. Que no podía soportar estar en la misma ciudad en donde he vivido mil cosas con ella. Vas paseando y en cada calle, en cada bar, en cada puta cerveza, me aparece su nombre junto a un momento juntos. Entonces aparece la ansiedad devorándote. Pero, _de pronto en mitad de su discurso serio, sonríe_ así es la vida, ¿no? Ninguno estamos a salvo de un abandono, de una herida... y tienes que continuar. Cueste lo que cueste. ¡Y esta noche toca pasarlo bien! _terminó, alzando la voz de un modo optimista_.
-¡Eso! Me alegro mucho de que pienses así _ le abracé, y él me abrazó agradecido, agarramos nuestras copas y nos reunimos con los demás_.


De golpe se paró la música y empezaba a sonar trap latino. Nos conocíamos de sobra la letra, y por inercia nos acercamos todos haciendo un corro, y comenzamos a cantar la canción, mientras botábamos: "¡Estamos bien!" decíamos a voces mientras nos reíamos.
Pasadas dos horas, el sudor empapaba la espalda, dejando correr algunas gotas de sudor. Ainara me acababa de derramar un poco de su Tom Collins en la blusa, y la miré intentando fruncir el ceño, pero acabé regalándole una carcajada.
Sentí la vibración del móvil en el bolsillo de mi vaquero, metí la mano para echarle un ojo y era Aaron escribiéndome por Whatsapp. Me decía que finalmente podíamos quedar, que acababa de salir de su turno en el bar donde trabajaba, y se iba a llegar a vernos. Entonces le di la dirección de donde nos encontrábamos. "Ven para el Pub Brautigan", le dije.
Al cabo de unos 20 minutos, allí estaba; buscándonos con la mirada entre el gentío. Por fin alcanzó a vernos y se acercó con su cara risueña, como siempre. Parecía que le costaba no sonreír. Sería raro en él verle serio. Me saludó la última, adrede. Me sonreía de forma especial al resto. Llevaba tiempo dejándome pistas para que me diera cuenta de que yo para él, no era una más. De hecho, podría haber escrito al grupo de Whats, en cambio, prefirió hablarme a mí, decirme a mí que vendría, como si en lo único que pensara fuera en verme, y no en vernos todos. Para él, yo era diferente. Y eso me gustaba, pero a la vez era extraño, porque parecía un secreto, su secreto, aunque a veces a voces. En ocasiones no sabía cómo ser con él, porque no quería dar pie a nada. Estaba cómoda así, siendo su amiga.
Me agarró de la mano y tiró de mí para que lo acompañara a pedir su cerveza de siempre.


-¿Qué, has ligado mucho? _vaciló interesado_.
-Uf, sí, un montón _contesté irónica, y reí_.
-Seguro que sí, pero tú no te das cuenta. _en ese momento me hizo pensar_. A veces gustamos más de lo que creemos o de lo que intuimos. Más de lo que advertimos.
-Es posible. Pero, ¿de qué vale la invisibilidad?, ella no te rescata del rechazo, te lleva a la duda infinita. Creo que eso es mucho peor.
-¿Insinúas algo, señorita? _me dijo mordiéndose el labio, nervioso_.
-¡No! _dije_


Justo cuando puso su mano sobre mi cintura con intención de acercarme más a él, interrumpió Bruno.


-¿Os apetece un chupito? Invito.
-Claro _dijimos Aaron y yo al unísono_.


Cogimos los chupitos de Vodka caramelo, y los repartimos con el resto del grupo. De nuevo brindamos, esta vez sin decir por qué, y lo bebimos de un trago.


Más tarde, a Javi le entraron ganas de fumar y salimos a la puerta con él, Ainara, Aaron y yo, mientras las parejas de la pandilla, Bruno y Judith y Adrián y Robert, se quedaron en uno de esos momentos románticos que eran menos incómodos si los demás no estábamos. Éramos como el club de los solteros y nos jodía ver cómo el amor existía mientras para nosotros no. Ni pensarlo; el amor no existe, pero ellos eran la excepción.
Encendieron los cigarrillos. Pedí una calada. El calor de la nicotina ardiendo abrasaba los labios cuando ya solo quedaba la colilla. Aún así no me supo mal. Quizá porque aún mi boca llevaba el sabor a Vodka.


-¿Damos un paseo? Tú y yo _matizó, mientras Ainara y Javi charlaban_.
-Vale, por qué no. _dije_
-Ahora volvemos chicos _avisó Aaron_


Él miraba al suelo, más tímido que nunca. Y durante unos minutos caminando, permanecimos en silencio. Nada incómodo. Había confianza. Era un silencio acogedor. Hasta que decidió romperlo.


-Sandra...
-¿Qué pasa? _pregunté_
- Sabes que eres especial para mí, ¿no?
-Creo que sí. Eso se nota.


Sacó su móvil, y desde su playlist, dejó sonar mi canción favorita.


-“Y me suplicas que lo apague, que no son horas de fumar en la cama, en la misma cama. Donde también me confesaste que tienes miedo de las luces y de que te deje caer, y que me empieces a querer.” _canturreó_.


Estoy segura de que se me iluminaron los ojos como dos libélulas en mitad de la noche. Lo noté, noté cómo mis mejillas comenzaban a arder. Era el rubor. Era el rumor de la luz de las farolas agitando la calle. Era yo temblorosa. Caí en sus ojos, empujada por su voz rajada. Conquistada.


-¿Cómo recordabas que justo esa canción es la que más me gusta de Carmen Boza?
-Porque creo que cuando empiezas a recordar detalles diminutos que para el otro importa, es porque te está importando a ti también conocer cada cosa de ella. Como esa canción. Eso es porque me importas. Más de lo que me importa cualquier otra persona.


Me dejó callada.


Nos paramos en seco por mitad de la carretera. Las 4:23 de la madrugada. No había nadie por allí. Alejados del ruido, de la gente pisando fuerte los pubs, nos acercamos muy lento el uno al otro. Cuando pude sentir sus labios rozando los míos, se alejó nervioso o tal vez eufórico, y alzó la voz:


-¡Te invito a un perrito caliente! _señalaba hacia un puesto ambulante_.
-¿Qué? _eché a reír_.
-Sí, venga, llevamos toda la noche bailando, estoy hambriento.
-Está bien _cedí_ la verdad es que yo también.


Buscamos un banco donde sentarnos a comer. Estábamos tan a gusto allí. La calle parecía nuestra. El cielo colmado de estrellas, nuestro. Éramos libres y nuestros. Quizá suya. Y quizá mío.
Cuando terminamos, decidimos volver hacia el Brautigan. Charlábamos y reíamos por el camino. Volvíamos a ver gente, cuando nos aproximábamos a la avenida donde se encontraba el pub. Toda llena de bares, que no cerraban hasta las 6:00; hasta entonces, aún con el murmullo de las copas entre las risas de la gente. Tuve uno de esos impulsos tontos, que haces sin pensar, y le agarré de la mano. Él sorprendido me miró sonriéndome, y apretó con dulzura. Cuando estuvimos cerca del pub, nos soltamos. Quizá porque no quisimos que pudieran vernos nuestros amigos. Como dije era su secreto, ahora nuestro. Tampoco pensé en nada. Solo me dejaba llevar. Yo estaba a gusto con él, tal como estábamos, siendo amigos, pero esa noche fue especialmente un encanto y quizá me derrotó. Derrotó, en aquel momento, todas mis armas para enfrentarme contra aquello que llaman ilusión. Para mí el amor se había convertido en un ilusionismo barato, con el que nos engañábamos los unos a los otros al vender ese humo invisible e inexactamente real, declarando lo buenos que éramos, o que podíamos ser; pero todo eso tan solo duraba un tiempo. Después, nos quitamos las caretas, cuando tenemos al otro metido en nuestro bolsillo, y con ese poder, gritamos:
“Esto soy yo. Tan solo alguien que no tiene idea de la vida ni del amor. Pero sí de cómo hacer que lo creas durante el tiempo de magia.”
Magia. La magia de conocer a alguien creyendo que puede ser la idónea para ti; y lo estás creyendo con fuerza. Luego, tan solo un instante basta para darte cuenta de que no era tal como pensamos, tal como necesitamos. Un gesto, un momento poco cuerdo, o una perdida de nuestra mejor versión. Temporal. Todo eso, temporal. Y yo de eso, estaba ya muy cansada. Pero esa noche, él hizo que dejara de pensar un poco en el lado títere del amor.


Parecía haber aún ambiente a la entrada del pub, pero ya no estaban fuera ni Javi ni Ainara. Estarían dentro con el resto.


Antes de entrar, Aaron me pidió que lo esperase, tenía el coche aparcado justo en frente y quería coger algo que tenía que devolverle a uno de los chicos. Me quedé allí de pie, y me entretuve mirando el móvil, mientras él solo tardaría dos minutos. Dos minutos. Dos minutos que no puedo olvidar. Dos minutos en los que dos chicos que estaban allí mismo, se acercaron dispuestos a ultrajarme. No iban bebidos; no parecían bebidos. Simplemente se encargaron de permitirse el poder de hacer lo que quisieran. Uno de ellos me agarró por la espalda para inmovilizarme; sentí sus manos apretando sobre mis brazos. El otro se pegó a mí en tanto comenzó a tocarme los pechos de forma bruta y obscena. Yo no podía defenderme. Forcejeé para que me soltaran, pero mi fuerza no pudo contra la de ellos dos. Me hicieron daño. Más que físico, emocional. Mi cabeza se trasladó hacia otro momento; sufrí un flashback. Recordé a un antiguo novio de mi madre. Cuando tuve quince años, mi madre trajo a vivir con nosotros al hombre con el que salía entonces. Era bueno. Lo pareció. Pero nunca he podido olvidar aquel momento en el que se le fue la cabeza por un instante en el que me agarró por la espalda y me tuvo presa contra la pared. Me besaba el cuello, mientras agarraba fuerte mis nalgas. Se volvió completamente loco, convertido en animal, incontrolable por sus instintos. Hasta que de pronto me vi liberada. Quizá su conciencia hizo click. Aunque para mí ya fue tarde. Porque ya no pude mirarlo del modo en que lo veía antes. Entonces vi allí, al fondo, a mi hermano mayor, mirando con su cara de no saber qué hacer. Pero no hizo nada. Todos hicimos como si nada. Una vez sola, en mi habitación, eché a llorar. Fue rabia por no poder protegerme, fue impotencia, fue desprotección. ¿Por qué no hizo nada? Lo mínimo que merecí fue un grito reclamando respeto. Pero no lo hizo, aunque pudo. Necesité a alguien que diera la cara por mí, dispuesto a protegerme. Sentí el abuso de poder del patriarcado y la carencia de una plena libertad como mujer. Ya da igual dónde. Esa maldita sociedad machista está por todas partes, a cualquier hora, por cualquier lugar. Público o no. Con oscuridad o no. Y a cualquier edad. Parece normalizado el acoso hacia la mujer. Cualquier mínimo gesto vejatorio nos arranca de la libertad. Y lo juro, no quise consuelo. Quise libertad. Quise poder sentirme segura.
Me sentí sola. Mi hermano... él nunca tendría las agallas suficientes para olvidarse por un momento de que hay ocasiones en las que es más importante perder el miedo a perder. Pero él siempre tuvo ese cuidado meticuloso por no meterse en líos. Prefería reprimirse. Supongo que el problema es que siempre espero que el resto actúe como yo lo haría por ellos. Él no podía salvarme del mundo. Y tampoco he querido nunca, superhéroes, pero tampoco quiero a alguien que se quede quieto ante una injusticia. El mundo no evoluciona con cobardes. Aun así, es mi hermano, y lo quiero con locura, pero mi mente no se permite olvidar ese día en el que me sentí por primera vez, vejada, y él optó por hacerme insalvable, incurable. Me costó tanto superar aquello, yo sola...


Y allí estaba de nuevo, frente aquella entrada del pub, donde se repetía aquella maldita situación. Solo fue un momento. Un momento que se hizo eterno. Luego salieron corriendo; tal vez se dieron cuenta de que estuve acompañada. En cuanto me soltaron grité, los insulté. Pero ellos parecían no oírme. Aaron que ya volvía, me oyó y dijo


-¿Qué ocurre?
-Esos dos me.. me han... _balbuceé muy nerviosa sin poder terminar la frase_.


No dejo de pensar cómo de un segundo a otro, se te puede arrebatar la sonrisa de la boca para convertirte en la persona más frágil, desamparada o impotente.
Sentí tal impotencia que golpeé alguna señal de tráfico que hubo cerca. Y a él no le hizo falta más. Le bastó con ver mi cara para echar a correr tras ellos. Los detuvo al fin, y los enfrentó. Los empujó con tal fuerza que cayeron al suelo y empezó a gritarles mientras me señalaba a mí. Les advirtió con no volver a hacer nunca algo así. No pude alcanzar a entender qué más les decía pero esa noche sí sentí ese abrazo cálido calmando mi angustia. Protección. Joder, ¡protección!
Entendí que no necesitaba más para darme cuenta de que Aaron era la persona que necesitaba. Que con él no solo me pude sentir querida, por todo lo que me había estado demostrando en esa noche, con su lado más sensible, sino, que también podía reunir el valor para hacerme sentir salvada. Creo que toda mujer tiene la necesidad irremediable, de estar con alguien capaz de todo por ti. Igual que tú lo harías por esa persona. No sé, reciprocidad.


Desde aquella noche donde se reunieron todas sus virtudes, creo de nuevo en el amor. Y quién me lo iba a decir. Llevamos tres años juntos, y todavía hay magia entre nosotros. Todavía me canta canciones con su voz rajada. Todavía, el uno para el otro, somos nuestra mejor versión.

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