Habíamos acordado no volvernos a ver.
No eramos buenos el uno para el otro. Al menos eso era lo que él decía.
Habíamos sido todo y nada.
Nos contamos vivencias, expectativas, miedos, alegrías y al mismo tiempo ocultamos nuestra relación al mundo.
¿Por qué lo hacíamos?
Yo por miedo a perderle y él por miedo a demostrarse a sí mismo que podía enamorarse.

Porque lo estaba .Estaba tan irremediablemente enamorado de mí como yo de él.
Entonces, ¿Por qué hice ese estúpido trato?

Mientras sentía el frío de vivir en las montañas y tomaba mi chocolate caliente me di cuenta que todo había sido un error.
Desde el momento en que acepté pasar más tiempo junto a él hasta el momento del último adiós.

Recordé su sonrisa y no pude evitar reírme como si él estuviese todavía conmigo.
¿Me estaba volviendo loca?
Cerré los ojos.
Recordé su cuerpo y el mío abrazados, recordé todas esas noches desvelados hablando por horas, recordé las rosas en mi puerta todas las mañanas...

No había sido un error estar con él.
No.
El error había sido separarnos.
Jamás había sido tan feliz hasta que lo conocí.
No porque él me diera felicidad (era de las que pensaba que la felicidad solo podía venir de tu interior), pero si debía admitir que había sumado alegría a mi vida.
Me había enseñado lo que era el amor.

Me levanté, tenía que buscarlo, tenía que decirle lo que sentía antes de que él pusiese el fin definitivo.
Tomé las llaves del auto y lo encendí.
Me dirigiría al aeropuerto, le diría que todo lo que estaba haciendo estaba mal. Que él me amaba y que yo lo amaba a él.

Recordé la última vez que lo vi, hacía 3 noches.
Habíamos pasado horas intentando evitar la despedida.
Y aun así lo habíamos hecho.
Aún así me había separado de la única persona que me conocía bien.

Ya no sería así, estaríamos juntos otra vez. No podía seguir llorando acostada en mi cama.
Me erguí optimista y chequee que todo estuviese bien para emprender mi camino.
Justo cuando iba a salir del estacionamiento un carro aparcó a mi lado.
Era mi prometido.