Antes de su muerte
15 Dic, 2023
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Después de su viaje, Samuel se sumergió en una actividad que lo había apasionado desde joven: la jardinería. Con cuidado, preparó el suelo y plantó semillas de flores radiantes alrededor de su casa, creando un espectáculo de colores que alegraba el lugar .
Mientras observaba los brotes surgir de la tierra, reflexionaba sobre la naturaleza efímera de la vida y la belleza de cada instante.
Durante las noches tranquilas, se sentaba en su mecedora bajo un cielo repleto de estrellas, con el sonido suave de la brisa y la fragancia de las flores envolviéndolo en una armonía reconfortante. En esos momentos, escribía en un viejo cuaderno que había guardado desde su juventud, plasmando sus pensamientos, sus reflexiones y los recuerdos que atesoraba en su corazón.
Decidió también tomar un rol activo en compartir su sabiduría con aquellos que aún estaban en el camino de la vida. Inspirado por la generosidad de espíritu que había encontrado durante su viaje, Samuel se convirtió en un mentor para jóvenes que buscaban orientación en la vida. Les enseñó sobre la importancia de la gratitud, la resiliencia y el amor, compartiendo historias de su propia experiencia y transmitiendo lecciones de valor incalculable.
La cercanía de la partida no lo desanimaba, sino que le impulsaba a vivir cada día con una resolución renovada. La sensación de paz que había descubierto en su viaje y en su conexión con la naturaleza lo llenaba de una serenidad que no había experimentado antes. Los recuerdos de Mary y las lecciones de amor que habían compartido se entrelazaban con cada gesto suyo, cada palabra dicha y cada momento compartido.
Hasta el último día, Samuel siguió escribiendo cartas, compartiendo su gratitud y amor con aquellos que habían tocado su vida de maneras profundas y significativas. Cada palabra que plasmó en el papel llevaba consigo el eco de una vida vivida con propósito y corazón.
En su Última noche, mientras el cielo se teñía de un profundo azul, Samuel se recostó en su silla de mimbre en el jardín que él mismo había florecido, sabiendo que su partida estaba cerca. En ese momento, con una calma inquebrantable, se despidió del mundo que había amado y de las almas que había tocado, llevando consigo la certeza de que su luz seguiría brillando en los corazones de aquellos a quienes había amado y guiado.
Y así, en la quietud de la noche, bajo un manto de estrellas y la fragancia de las flores, Samuel cerró los ojos, uniendo su espíritu con la eternidad, dejando tras de sí un legado de amor, gratitud y belleza que perduraría mucho más allá de su partida.
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