HIRAETH
28 Jul, 2023
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Tengo vagos recuerdos de mi infancia, unos más claros que otros por supuesto…


Recuerdo haber conocido el rechazo antes que la amistad, el egoísmo antes que la amabilidad, la burla antes que el respeto. Recuerdos que opacaron todo aquello que pudo haberme dado un poco de felicidad, y que, más que olvidar, he tenido que aprender a superar…


Aún recuerdo llegar a casa llorando, con el corazón hecho añicos y deseando a la edad de seis años, dormir y no volver a despertar. 


Desde entonces siempre me sentí alejada, alejada del mundo y de su gente, me sentía vivir en un lugar al cual no pertenecía .

Más tarde, mucho más consciente de la forma en la que funciona la sociedad, me di cuenta de que incluso aunque lo intentara, no podía ser como ellos, me sentía vulnerable e insegura, me sentía demasiado frágil ante tanta impotencia humana.


Esa sensación de no sentirme en casa se hizo mucho mayor con el pasar de los años. Durante mi adolescencia me revelé contra todos, supongo que era una reacción al maltrato recibido por aquellos que nunca me conocieron realmente, tenía tanto miedo que un día, comencé a construir un muro inquebrantable, un muro que protegiera mi débil corazón de aquellos que más que considerarse humanos, deberían ser considerados monstruos. Quería que creyeran que yo era peor, que era malvada y que no tenía temor, entonces así, no volvería a ser lastimada. 


Lloraba todo el tiempo, sufría en silencio… sentía dentro de mi que la vida estaba siendo demasiado cruel conmigo, me sentía sola, afligida y desorientada. No podía evitar ser sensible; las palabras, los gestos, las miradas, las situaciones que yo no podía controlar, me lastimaban profundamente; creando en mi una eterna tristeza. El dolor de otros los sentía como míos, sentía siempre una constante necesidad de protegerlos, pues quería evitar a toda costa, que quienes me rodearan, fueran lastimados como yo.


Conocía el dolor más que nadie, no quería que quien yo amara sufriera también. Ahora que lo pienso era una creencia absurda lo sé, pero en mi interior estaba la certeza de que, si había algo que yo pudiera hacer para minimizar su dolor, entonces lo haría, incluso si tuviera que recibir un dolor que no me perteneciera.


Han pasado años, crecí, maduré, me enamoré, me destrozaron,  me volví a reconstruir, sin evitar en el camino de mi recuperación, las grietas que dejaron aquellos golpes. 


He vivido intentando adaptarme a una sociedad que no logro comprender, luchando por encontrar un lugar en el mundo al cual no me siento integrada, actuando de acuerdo a lo correcto, pero evitando a toda costa involucrarme demasiado.


Ahora soy abogada, ¿Tiene sentido verdad? Una abogada que vela por los intereses de aquellos que no pueden defenderse, aquellos que han sido lastimados y destruidos. Quiero ser la voz que les de aliento (no me malentiendas) no intento ser la salvadora de nadie, solo quiero ser la calidez que abrace el alma de aquellos afligidos, cuando en el insomnio de sus noches, se sientan desfallecer…


Espero seguir caminando en este lugar desconocido por mucho tiempo, y aunque no lo considere mi hogar, hay personas a las que puedo sentir como un hogar.


Algunas noches, en mis desvelos he tenido una extraña sensación de añoranza, como si de repente fuera llamada a un lugar al cual no sé cómo llegar, un lugar que me hace sentir en calma, plena  y segura. Quizás, después de todo… es allí a donde pertenezco.

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