Cuántas veces nos hemos mirado al espejo y no hemos visto nada. Pasamos por delante nuestra sin ni siquiera prestarnos atención y de pronto un día te das cuenta de aquella nimia arruga en el vértice de tu desconsuelo .

Poco a poco va creciendo para llamar tu atención, y entonces te rebosan las manos de todos los ya no puedo más. ¿Por qué esperamos a que todo se salga de la línea?, ¿por qué esperar a esa alerta que nos oprime por dentro? Podríamos haberlo evitado. Pero nos gusta hacernos los fuertes como si no pasara nada, y así arrastramos todas las preguntas, los arañazos que causan las rupturas o los malos días de un día cualquiera. Obviamos los puntos de fuga y los nuevos hábitos evasivos para seguir con la misma rutina de siempre en la que esta nos recuerde que nada ha cambiado. Pero una parte de ti, allí al fondo de todos tus escudos, hay algo que duele, aunque no quieras detenerte a mirarlo de frente, y así simplemente, continúas un día más. Llevas a cuestas ese peso aunque no quieras ver que está.