Pensarte todavía me eriza la piel. Recordarte a destiempo me provoca escalofríos .

Siete años convertidos en un anagrama de mi felicidad. Siete años convertidos en la ceniza esfumada al borrar mis besos, mi olor y mi tacto en su piel.

¿Por qué sigues continuamente en mi mente? 

¡Dime!

¿Cómo puedo volver a rozar esa infinita felicidad cuando eras la protagonista de mi vida?

Con tu adiós me regalaste el mayor aprendizaje. Me regalaste el quererme y valorarme por todo lo que soy y puedo llegar a ser. Hiciste que valorase a los míos como de verdad merecen. Me obligaste a dibujar las líneas de un horizonte nuevo que guiase mi nuevo viaje. Provocaste que me reencontrase con gente importante. Afiancé alianzas titánicas con gente formando un para siempre. Empecé a vivir lo que contigo no podía ni imaginar que alcanzaría. 

Pero falta mí, pequeña, mitad. Muchas veces cuesta seguir mi camino sin que me guíe el mapa. El mismo que formaba tu piel tatuada junto a los lunares de tu espalda y hacía que, en cuanto me sintiese perdido, llegase al Edén de mi nueva religión, tú.

Nunca serás consciente de lo que significas para mí. Eres mi gran amor. Eres ese vaso lleno de recuerdos, risas y lágrimas desbordadas que resumen el grado de enamoramiento inmenso que viví de tu mano. Eres esa sensación imposible de borrar, la de tu cabecita buscando mi cuello mientras rastreabas tu droga, la formada por la mezcla de mi perfume y mi piel.

Sin embargo, quedé al desnudo tras irte. Quedé como aquel vagabundo sin refugio. Todavía me miro en el espejo, como tal cual idiota, convenciéndome que nuestro amor fue de verdad. 

Y ahora, ha pasado un año desde que el punto azul se esfumó en forma de caracol. 

Y ahora, ha pasado un año desde que Hatinglov se quedó sin palabras y silenció mi corazón. 

Y aunque dejes de doler, todavía miro a los dos lados, cada vez que salgo de un portal, por si cumples tu última palabra y por fin me vienes a buscar.