El refugio del lector. El solitario inquilino del búnker (IX)
26 Feb, 2024
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Capítulo 1. EL COMIENZO


(Fragmento)


Continuación...



Así pues, y desde el principio hizo que se desataran, sin remedio, mis pensamientos más lascivos, y que, como uno lleva a lo otro, el ron te estimula y el clima caribeño te calienta (la verdad es que, sin demasiado esfuerzo cuando existe una gran predisposición para ello), pues ya se sabe, acaba uno entrando en combate al que es inútil resistirse, además sería de idiotas hacerlo, salvo el que sea de la «orilla de al lado» .

Aunque para ellos también había material de su «palo», o mejor sería decir, en forma de «gran falo». Y cuando digo lo de entrar en combate, me estoy refiriendo al más puro estilo Rambo, pero cambiando la peligrosa jungla de Vietnam, por la siempre cálida, acogedora y excelente anfitriona que es la Isla de Cuba. Y el resultado, como no podía ser de otra forma, consistía en pasar sudorosas, jadeantes, productivas e «inolvidables noches» (3) (con las que la vida te obsequia a veces y te ofrece su regalo en forma de cuerpo de mujer auténtica, para que disfrutes como un hombre de verdad), que no llegaban a su fin, hasta que los rayos del sol Habanero penetraban por las rendijas de las cortinas, anunciando un nuevo y estimulante día. Que yo iniciaba agotado, pero con el regusto de la dulce velada en los labios, en el pensamiento y en mi «herramienta» (principal) de trabajo (veraniego), dando un largo y tranquilo paseo, para que mi corazón y mi espíritu, alterados ambos por aquellos explosivos fuegos artificiales del afrodisíaco Caribe, pudieran recuperar la calma tras la agitada noche atravesando todo el Malecón. Desde el lugar del pecado (¡bendito pecado!, es decir, que no había propósito de enmienda, y sí, intención de volver a pecar, ¡y cuanto antes, mejor!) hasta el Hotel Riviera, que era mi hogar provisional (más bien Cuartel General) durante mi estancia en la capital cubana. Y al que yo regresaba siempre como un autómata, pensando tan solo en llegar a mi habitación, «despanzurrarme» en la cómoda y enorme cama (que tenía a mi disposición, y dormir unas horas, únicamente las imprescindibles, para recuperar mi mermado vigor y de nuevo estar disponible para otro día de «descojone», placer y muy agradables sorpresas) con capacidad para tres personas, eso sí, muy «juntitas», es decir, ideal para «un dos más uno, ellas, dos y yo, uno». Lástima que fue un proyecto de fantasiosa y desmesurada orgía hotelera que se quedó tan solo en una declaración de muy buenas intenciones, para nada descartable, si el futuro tiene a bien concederme una segunda oportunidad.



Y en todo ese recorrido que iba desde el sitio de disfrute hasta el lugar de descanso, siempre había una imagen que se repetía, y a pesar de ello nunca dejaba de sorprenderme. No era otra, que ver aquellos enormes autobuses llenos de gente, que parecía haber sido introducida a presión en su interior, que se dirigían a diversos lugares de la ciudad transportando a una gran cantidad de cubanos «enlatados como sardinas». 


Veía sus cabezas a través de los cristales, tan juntas como si fueran bolas de billar, a punto de chocar unas con otras, pues tan solo estaban separadas por una insignificante distancia. Aunque nada tendría de extraño que a lo largo del trayecto se produjera algún que otro sonoro a la vez que doloroso y contundente cabezazo. Por supuesto, sin mala intención, pero propiciado por algún imprevisto frenazo, algo que tan solo se podría evitar si a todos los viajeros les diese por llevar un casco, o en su defecto y dada la precariedad económica del país, sí, al menos una chichonera, que también les serviría como protección, en el caso de producirse un aterrizaje forzoso con el cráneo utilizado a modo de parachoques contra el asfalto. Pues me imaginaba que tras la apertura automática de las puertas del «mastodóntico», a la vez que prehistórico vehículo, y dado el apretujamiento exagerado de los pasajeros, nada tendría de extraño que hubiesen podido salir disparados desde el interior.



Sigue...


Autor: Franjo Halvary


"El solitario inquilino del búnker"

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