El atraco (Parte I)
7 Feb, 2024
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Almería (España)) 29-1-2011


Tenía necesidad urgente de dinero. El divorcio me dejó arruinado, ya que, la bruja de mi mujer hizo todo lo posible por sacarme hasta el último euro .

Su verdadera satisfacción, no era el beneficio obtenido a mi costa (mi piso, mi coche, mi finca...), lo principal para ella fue ver, como quedaba en la más absoluta miseria. ¡Nunca debí fiarme! Además, esa hija de mala madre, me puso los cuernos con mi abogado, un sinvergüenza, que no conforme con tirársela, colaboró estrechamente con ella (en la cama y en los juzgados), para que todo el entramado legal del pleito fuera en mi contra.


No obstante, siendo sincero, he de decir, que yo le había sido infiel a mi mujer en infinidad de ocasiones, y al final ella en venganza me pagó con la misma moneda, así pues, y siendo justo en ese apartado, se podría decir, que el asunto terminó en empate.


Teniendo en cuenta mi deplorable situación económica, no se me ocurrió otra cosa que perpetrar un atraco. Sin pensarlo dos veces y echándole al asunto un par de huevos, decidí desvalijar la caja fuerte del banco en el que fui cliente tantos años, y que era el otro elemento que faltaba para completar el asqueroso trío (junto con mi mujer y el abogado), que me habían llevado a la ruina más espantosa.


Me presenté en la sucursal del banco y tomé todas las precauciones posibles para no ser reconocido y que mi rostro permaneciera oculto. El trabajo fue más fácil de lo esperado, y con toda rapidez conseguí que un acojonado empleado me abriera la caja, después de enseñarle una pistola que llevaba escondida en el bolso. Por cierto, el arma era de juguete, pero el hombre estaba tan asustado que ni se dio cuenta del engaño. Pero al final y por desgracia para mí, lo único botín que me encontré, fueron telarañas, y de los billetes ni rastro.


¡Maldita sea mi suerte!


¡Maldito banco!


¡Maldita crisis!


¡Y maldita sea la hora en que decidí casarme!


Nada me salía bien, no servía ni para ladrón, tampoco para asesino, ya que en caso contrario me habría cepillado a mi ex, al cabrón del abogado, y al zoquete director de la sucursal. Así que, en vista de la situación, no me quedó más remedio que tirar de tarjeta y sacar del cajero automático los últimos veinte euros que me quedaban. Salí a toda pastilla del lugar, antes que la policía llegase, pues solo me faltaba que además de ser pobre y cornudo, tener que acabar con mis huesos en la cárcel.


Continuará...


Fran Laviada


Esta historia se encuentra incluida en el libro “Liliputiense Negro”. Puedes descubrir aquí más información sobre su contenido.

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