¿Por qué es necesaria la belleza?
10 Nov, 2022
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Hasta hace poco se pensaba que saber reconocer y apreciar la belleza era consecuencia exclusiva de un desarrollo cultural, y que el influjo de la cultura era determinante para poder captarla. Pero en los últimos años, se ha demostrado que no es así .

Los niños nacen con la capacidad de percibir la belleza, que está anclada tanto en nuestra percepción biológica como espiritual. Desde muy pequeños somos sensibles a lo bello, y sabemos distinguirlo de lo feo, igual que hacemos con lo atractivo y lo repelente.


A medida que el niño crece, desarrolla su capacidad de apreciar la belleza no solo a través de la vista, sino también de las voces, los gestos, los olores, el estilo de vida, el aspecto físico. Pero, además, si se le educa de la manera adecuada, evitando modelos autoritarios o totalmente permisivos, su espíritu se irá formando para contemplar lo bello.


Y, ¿qué entendemos por contemplar? En general, significa poner la atención en algo material o espiritual. La contemplación procede de nuestra interioridad, y, a partir de aquí, realzamos ciertos aspectos del mundo que ven nuestros ojos. Es una manera de mirar diferente, que nos permite apreciar la belleza del momento, de los instantes de nuestra vida cotidiana, de un modo que puede conducir a lo sublime, es decir, a una belleza más concentrada y, por lo tanto, más elevada.


La belleza nos permite percibir momentos de epifanía, tanto en las personas como en las cosas. Son instantes en los que captamos una revelación repentina, y pueden producirse al contemplar un rostro, un cuadro, al escuchar un concierto o al reflexionar sobre una verdad natural o sobrenatural.


Hay una expresión corriente que nos anuncia un momento de revelación: «Se me prendió una lamparita». Con estas palabras estamos proclamando que nos ha golpeado un rayo de belleza, invitándonos a elevarnos hacia lo sublime, donde encontraremos nuevas epifanías que pueden cambiarnos la vida.


Benedicto XVI hablaba con frecuencia del camino de la belleza, de la 'via pulchritudinis', que nos permite apreciar que una escultura es mucho más que un trozo de mármol o un concierto más que una multitud de sonidos. Son algo más grande, que nos interpela, que nos llama hasta el fondo de nosotros mismos mediante mensajes capaces de elevar nuestra alma y nuestro ánimo. De este modo, volvemos a entusiasmarnos y a confiar, levantamos la mirada y soñamos con una vida digna de nuestra vocación.


Si aceptamos que la belleza nos toque íntimamente redescubriremos la alegría de la visión, de la capacidad de comprender, el sentido profundo de nuestro existir, el misterio del cual somos parte y en el cual podemos obtener la plenitud, la felicidad, la pasión del compromiso cotidiano. El poeta polaco Cyprian Norwid lo expresaba de este modo: «La belleza sirve para entusiasmar en el trabajo, el trabajo para resurgir».


La belleza, al igual que el amor, proviene de nuestro interior. El amor surge cuando nos damos cuenta de que hay otro ser humano frente a nosotros y comenzamos a ver dentro de él. Al enamorarnos descubrimos el interior de otra persona desde nuestro interior, no nos quedamos en lo exterior ni nos enamoramos desde fuera de nosotros mismos. Entre los enamorados, las miradas, las caricias y los besos no son nunca actos neutrales, sino que encierran un profundo significado humano y ético. Cuando esto es así, nos encontramos con el verdadero amor, que no desaparece a causa de un defecto físico, de la enfermedad o la vejez.


En la vida humana, la estética, la belleza, el encanto, la armonía o el eros son de gran importancia para el desarrollo integral de la persona. Nos permiten una transvivencia, es decir, un vivir en el otro o en lo otro -un concierto, una pintura, una poesía- una experiencia de lo sublime que nos anticipa la gloria, el deleite celestial.


Necesitamos la belleza para no precipitarnos en el desencanto o incluso en la desesperación. La belleza, al igual que la verdad, nos infunde entusiasmo y alegría y nos ayuda a contemplar el mundo con admiración y asombro. La belleza, al igual que la verdad, contribuye a que el mundo no se achique ni reduzca, tal y como sucede cuando nos dejamos seducir por los modelos capitalista, posmodernista, positivista o nihilista, que privan al hombre de su grandeza, y constriñen la verdad y la realidad.


Estos cuatro modelos son una gran estafa, porque no saben apreciar la verdadera belleza para la que hemos sido creados. Con estas ideologías se reduce el misterio del hombre a una banalidad dominada por sus egoísmos. Y el egoísmo disgrega al ser humano en diversas tendencias desordenadas e incoherentes hacia las realidades externas, que son incapaces de satisfacer las ansias ilimitadas de bondad y de belleza que experimenta el corazón humano.

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