El Santo Padre Pio
POR ajegc
20 Abr, 2022
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El Padre Pío –lo podrá comprobar el lector– aconseja repetidas veces la lectura de buenos libros. El libro que el lector tiene en sus manos es, sin duda alguna, excelente .
Al acercarnos al pensamiento de cada día, cabe seguir –y es muy aconsejable hacerloel consejo que el Padre Pío da a Raffaelina Cerase en carta del 14 de julio de 1914: «Antes de ponerte a leer esos libros eleva tu mente al Señor y suplícale que Él mismo se haga guía de tu mente, se digne a hablarte al corazón y mueva Él mismo tu voluntad». Si actuamos de ese modo, no hay duda de que nos ayudará eficazmente a progresar en los tres objetivos que el Santo de Pietrelcina propone a Assunta di Tomaso en carta del 24 de septiembre de 1916: «Daremos gloria a nuestro Padre del cielo, nos santificaremos a nosotros mismos y daremos buen ejemplo a los demás». 
Convencido de que Jesús mantiene, también para este año nuevo, la promesa de «estar con nosotros» todos los días, pensé que, a través de un pensamiento diario extraído de las Cartas del Padre Pío, esta promesa resultaría todavía más tangible. Un pensamiento de cada día del Padre Pío –no creo que sea una osadía afirmarlo– es para nosotros un pensamiento de cada día de Jesús, el único que nos ama y nos cura plenamente: porque ambos han sido perforados por los «clavos de la historia», los estigmas. Jesús realmente y el Padre Pío por gracia, pero ambos físicamente. Los «clavos de la historia» son, en efecto, los del soplo del espíritu de Dios sobre el hombre, que, día tras día, nos impulsa a la conversión, haciendo madurar en nosotros las líneas maravillosas de la imagen de Cristo (Ef 4,13). Gracias a este enfoque trinitario del tiempo tiene lugar para todos, antes o después, un día de conversión. En este sentido, un día de conversión tuvo lugar también para mí, que no conocía casi nada del Padre Pío, aun siendo un cohermano suyo, aunque sí había «oído hablar» de él. El descubrimiento del Santo comenzó en Alemania, hace ahora ya diez años, cuando era estudiante de los Jesuitas en la Sankt Georgen Hoschschule de Frankfurt y huésped del célebre e imponente santuario mariano de Liebfrauen de dicha ciudad, atendido por los capuchinos. Me encontraba en Alemania desde hacía tiempo. Recuerdo aún aquella gélida mañana de primavera de 1999, cuando el joven guardián, fray Paulus Terwitte, me pidió dar dos conferencias sobre el Padre Pío en vista de su beatificación, que tendría lugar poco después, concretamente el 2 de mayo, en Roma. Le dije: «¿Por qué precisamente yo?». Me respondió: «No porque eres capuchino, sino porque eres italiano como el Padre Pío». Mi pregunta no nacía de que tendría que hablar en alemán y en el santuario donde los sábados por la mañana –como sucede también hoy– dan sus conferencias los mejores teólogos alemanes, católicos y luteranos, sino de la verdadera dificultad de que del Padre Pío, como he dicho, no sabía casi nada. Pero acepté el reto; y fue así como me puse a estudiar detenidamente las fuentes, es decir, las Cartas que ahora publico aquí. Me pareció estar ante el filón de una inexplorada mina de oro, no solamente teológica, sino también rica de un precioso conjunto de sugerencias y de intuiciones espirituales, aptas para poder vivir hoy, con y según el corazón de Jesús, con el fruto de un gran consuelo. En estos pensamientos el Padre Pío ofrece, en efecto, consejos eficaces sobre cómo poder creer en Dios, esperar en medio de las tribulaciones, amar y perdonar al prójimo, gozar en cualquier circunstancia de la existencia. En ellos late el vigor del hermano capuchino, que trata de ayudar a las personas sobre todo a fortalecerse en la vida cristiana, considerada por el Padre Pío como una auténtica propuesta de felicidad para la realización humana. En estos pensamientos, además, se puede encontrar toda la experiencia pastoral que él maduró en los años de su vida franciscana, al dirigir por los caminos del Espíritu a muchas almas, algunas encontradas probablemente una sola vez, y otras de forma continuada, en lo que hoy se llamaría el acompañamiento espiritual. Los pensamientos de estas Cartas, por tanto, se dirigen a todos: laicos, sacerdotes, religiosos, no creyentes y, también, jóvenes. En efecto, de todos ellos, el descubrimiento que más me seduce ha sido el de haber conocido en este «diario» a un Padre Pío increíblemente joven y actual. Además, me he dado cuenta de ello figurativamente al visitar, algunos años después, los lugares de su vida en el Gárgano (Foggia) y de su infancia en Pietrelcina (Benevento), en cuyos conventos abundan sus fotos de fraile joven, con aquellos ojos grandes, luminosos y dulcísimos. El Padre Pío permaneció siempre joven, como percibiremos leyéndolo en estos pensamientos para cada día, de forma que también nosotros llegaremos al final del año más rejuvenecidos que al inicio. Sucede siempre así para quien vive el tiempo y el paso de los días de modo auténticamente cristiano: dándose cuenta de que, «mientras nuestro hombre exterior se va deteriorando, el interior se renueva de día en día» (2Cor 4,16). Y este es precisamente el secreto, aquel que el Padre Pío llamaba «el secreto del gran Rey» (Tob 12,7). Que para un cristiano –no sólo para un franciscano– coincide exactamente con una Persona: Jesús. 

19 de abril
Detengámonos un poco en la virtud del amor a Dios. ¿Qué es este amor? Antes de dar una respuesta a esta pregunta, es necesario tener presente que uno es el amor sustancial a Dios y otro el amor accidental; y que este último a su vez se distingue en amor accidental sensible y en amor accidental espiritual. Hecha esta distinción, vayamos ahora a responder a la pregunta antedicha. El amor sustancial a Dios es el acto simple y sencillo de preferencia, con el que la voluntad antepone a Dios a toda otra realidad, a causa de su infinita bondad. El que ama de este modo a Dios, lo ama con amor de caridad sustancial. Pero, si a este amor sustancial a Dios se une la suavidad, si esta suavidad se contiene y se queda toda ella en la voluntad, tendremos entonces el amor accidental espiritual. Si dicha suavidad desciende además al corazón y se hace sentir con ardor, con dulzura, tendremos entonces el amor accidental sensible.
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