OCÉANO COLOR CAFÉ
5 Feb, 2019
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En un papel medio arrugado, respirando y anhelando tus ojos, es como si un profundo océano oscuro me observará a través de mi puño y letra. Puedo cerrar los ojos y sentir con toda la intensidad como con tan solo mirarme acaricias esa parte de mi que creía dormida .

Quizás estaba dormida porque nunca nadie había conseguido descifrarme o simplemente mi contínuo afán por aislarme de todo aquello que conectará con aquel interesante universo emotivo que dominó mi vida. Y entonces apareciste como una explosión térmica que devastó todo mi cerebro. Recuerdo sin ninguna laguna la primera vez que aprendí algo que al igual que me destruyó, me salvó del cuento de hadas con el que toda chica de catorce años soñaba. Cuando estaba rodeada de agua y rocas, la ansiedad creció en mí haciéndome creer que necesitaba un salvador, de repente una chispa incendió mi cerebro provocando que resurgiera, salí a flote y recupere todo el oxígeno perdido. Empecé a nadar como nunca antes lo había hecho sin pausa, sin miedo y sola.
Ese día mi vida cambió dejé de centrar mi atención a todo aquello que me hizo sumergirme aquel día, el miedo, la fe, el amor, la esperanza y mil términos más que me recordaban que seguía siendo una chica humana con demasiado corazón. Me convertí en alguien sin código, que le aburría la vida, necesitaba esa adrenalina previa a una pelea, en la que no sabes si vas a sobrevivir esta vez.
Un gran grupo de situaciones me llevaron a querer precipitarme por aquel rascacielos en el que solía soñar en compañía de las estrellas. ¿Qué fue lo que evitó que una dulce cara de una adolescente saliera en la portada de sucesos? Por mucho que creamos que podemos controlar cada pedacito de nuestras emociones, al final acaban por jugártela.
Pude hacerlo, faltó medio segundo, pero algo lo interrumpió, una vibración en mi bolsillo trasero izquierdo, siempre en el mismo lugar. Observé durante unos segundos el nombre que parpadeaba en la pantalla, debatiéndome si merecía la pena. El nombre de la única persona que me quiso sin condiciones, a la que más había hecho sufrir por mi estilo de vida. “Mamá” descolgué, la voz hogareña de mi madre me envolvió, solo quería contarme que mis abuelos querían invitar a toda la familia a cenar. Me suplicó que fuera, hacía meses que no tenía contacto con todos ellos. Dos cálidas lágrimas recorrieron mi rostro y me di cuenta en el monstruo que me había convertido.
Aunque una parte de mí se negaba a cambiar y a relajar esos muros que me habían aislado tan bien del dolor, “sí, mamá iré, te lo prometo” colgué. Bajé del muro en el que estaba subida, recogí mis tacones de Carolina Herrera y me dispuse a terminar con todo. Lo incendie todo, aquel rascacielos que tanto me había dado y arrebatado a la vez.
Acabaría pagando por aquello, pero nada importaba ya. De esa forma trágica y dramática acabe con la época más tormentosa, desde ese preciso momento luché hasta no poder sostenerme en pie por todo lo que un día soñé. El coste fue muy grande, muchas lágrimas nocturnas y remordimientos que matarían a cualquier mortal.
Cuando conseguí todo lo que quería, seguía siendo aquella chica fría que no le temblaba el pulso a la hora de despedazar a alguien. Entonces ocurrió, después de una gran recaída, bastaron unos ojos mundanos y una media sonrisa para reducir a polvo todo aquel hielo negro, que devoraba poco a poco mi alma.
La tortura del pasado imperioso nunca termina pero cuando alguien te muestra que es posible, que todo lo que un día soñaste es real y no pura ficción. Ese día comprendes lo que pueden llegar a provocar las pequeñas casualidades, un giro de 180º en la vida de las personas. Tú mi más bonita casualidad, me diste lo que creí que perdí en aquel océano, la fe en la humanidad.


Tris Jones

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