Las epifanías suelen describirse como momentos revelación, en los que se descubre algo nuevo ya sea por los sentidos del cuerpo, o en lo más hondo de tí. Una epifanía es, por ejemplo, cuando escuchas una canción y sabes que es buena, o cuando todos te dicen que veas una película y cuando por fin la ves, entiendes por qué te insistían tanto .
Me gusta dividir a estos pequeños (o grandes) momentos revelación en 3 tipos distintos: los que son completamente nuevos, los que recuerdas después de mucho tiempo, y los que realmente, en el fondo, siempre lo has sabido. Y me llama mucho la atención cómo una sola persona puede hacerte sentir todo tipo de epifanías.
Una vez fui consciente de que estaba enamorada y causó en mí un cambio radical, una sorpresa, un botón se encendió en mi cerebro y saltaron chispitas. Yo lo meto dentro del primer grupo de revelaciones.
Ahora es algo completamente distinto. Una epifanía del grupo tres. Ahora descubro que, con la misma causa, aquella que lo puede crear y destruir todo, siento algo diferente. Siento que todo encajaba ya desde hace tiempo, que todas las piezas del gran puzzle de cada una de nuestras vidas, está formado. Pienso que estoy enamorada y no me produce ningún tipo de sorpresa. En el fondo yo ya lo sabía, desde hace mucho, pero no lo pensaba.
No es una pieza que me pilla por sorpresa y que tengo que meter a golpes en el puzzle. Es una pieza que ya estaba ahí y no había encontrado. Todo encaja, todo está bien, encuentro un orden en este caos tan gigantesco que nos forma. El amor hace cosas verdaderamente únicas cada vez que nos encuentra.
Hoy he tenido una epifanía. Estoy enamorada.
¡Menuda revelación!
