La venganza de Sísifo.
11 Jun, 2018
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"No te afanes, alma mía, por una vida inmortal, pero agota el ámbito de lo posible". Píndaro, siglo V a.C

Todos los músculos agarrotados; la piedra sigue pesando toneladas y queda mucho aún para llegar hasta la cima de la maldita montaña .
Semejante iluso por un momento ha olvidado que al llegar arriba el peñasco caerá por el otro lado, y ha sonreído. Él ni siquiera eligió esta absurda misión, y en cambio, está obligado a cumplirla por la eternidad.

Los dioses le observan con indiferencia. Los años pasan. La roca sigue rodando cada día ladera abajo, y Sísifo, con automático desdén, rehace sus pasos.

La única motivación de tan absurda empresa es el instante de satisfacción al alcanzar la cima. Ese fugaz orgullo y sosiego que rige todo el universo, antes de desvanecerse en un bofetón de realidad.

Pero Sísifo no se rinde, y tampoco comprende (ni quiere entender) su destino. Él seguirá con ello hasta el fin de sus días. Morirá sin saber quién ha sido en este mundo ni para qué le ha tocado estar en él. Morirá sin comprender por qué arrastra cada día la maldita piedra; si simplemente le han dicho que hay que hacerlo.

Los dioses siguen observando. Y en sus divinas mentes empieza a esbozarse un temor:

El temor a que Sísifo algún día se de cuenta del absurdo de su situación.
A que deje caer por la montaña la roca por última vez y empiece a reír.
A que descubra en sus adentros que su vida no vale nada e indudablemente rompa a reír.
A que mire arriba y su impotencia sea la de los observadores, mientras él solo ríe.

Esa es la angustia de los cielos. Ese es el mayor castigo posible de los torturadores. Esa idea atruena en sus cabezas místicas. Que el absurdo trascienda todo elemento.

La posibilidad de que eso pueda pasar en cualquier momento hace que, en el fondo, los martirizados por toda la eternidad sean ellos. Nuestro héroe solo tiene que seguir subiendo día tras día la montaña, esperando el momento de la revelación, que quizás llegue antes que su propia muerte. Aunque probablemente no.

Pero, es que, entonces vendrá otro Sísifo más, y detrás de él vendrá otro. Y otro. Y otro. Y otro.

Y ellos continuarán con el receloso castigo de los castigadores.

Solo hay que imaginarse a Sísifo feliz. Solo hay que imaginar que todo está bien. El resto ya vendrá.
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