La muerte de Iván Ilich: actitudes ante la pérdida
13 Sep, 2021
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¿Cómo actuamos ante la muerte? ¿Vivimos de cara a ella o le damos la espalda? Hoy, os dejo un ensayo basado en en un libro de Leon Tolstoi titulado "la muerte de Ivan Ilich".


Leon Tolstoi fue un novelista ruso de muy buena consideración en el panorama de los más grandes escritores de occidente y de la literatura mundial. Sus más famosas obras son Guerra y Paz Anna Karénina, y son tenidas como la cúspide del realismo ruso.


“¡Tres días de horribles sufrimientos y luego la muerte! ¡Pero si eso puede también ocurrirme a mí de repente, ahora mismo!» -pensó, y durante un momento quedó espantado .

Pero en seguida, sin saber por qué, vino en su ayuda la noción habitual, a saber, que eso le había pasado a Ivan Ilich y no a él, que eso no debería ni podría pasarle a él, y que pensar de otro modo sería dar pie a la depresión...” (pág. 4)


Con esta frase, Pyotr Ivanovich nos introduce en la problemática de la muerte al mismo tiempo que nos muestra un pensamiento universal y genérico que experimenta el ser humano. Pero, ¿esto siempre es así? Aceptamos de tan buen agrado una falacia tan inconsciente pues no aceptamos la circunstancia de nuestra propia muerte y debemos mentalizarnos sobre este hecho porque, según dice Pyotr Ivanovich: “pensar de otro modo sería dar pie a la depresión”.


Pero, aquí no acaba el asunto que nos atañe, sino que el moribundo y enfermo Ivan Ilich inicia en sus últimos momentos de vida una reflexión de carácter ancestral sobre la muerta a la par que una visión narcisista de la misma. Inicia con una tesis:”Cuando yo ya no exista, ¿qué habrá? No habrá nada. Entonces ¿dónde estaré cuando ya no exista? ¿Es esto morirse? No, no quiero.”


Después, habiendo plantado la semilla de la duda en nuestros corazones, dentro de un sentido meramente explícito, introduce la segunda parte de la cuestión, la soledad, a través de una serie de símbolos que nos hacen ver que aparentemente se prepara para la inevitabilidad del fin de sus días a lo mismo que, de manera burlesca e irreverente, les manda a sus conocidos al declarar:


“¿Para qué? Da lo mismo -se dijo, mirando la oscuridad con ojos muy abiertos-. La muerte. Sí, la muerte. Y ésos no lo saben ni quieren saberlo, y no me tienen lástima. Ahora están tocando el piano. (Oía a través de la puerta el sonido de una voz y su acompañamiento.) A ellos no les importa, pero también morirán. ¡ldiotas!” (pág. 15)


Tras ver primeramente esta visión de la soledad, en la que nos llegamos a hundir en la más profunda inmensidad de la condición humana, solo podemos ver “oscuridad con los ojos abiertos”, lo que se podría interpretar mismamente como una actitud pesimista provocada por el dolor que le provoca aquella enfermedad que parece que los médicos diagnostican usando el mismo modo que un ludópata al jugar a la ruleta (escogiendo lo que parecería más lógico sin tener en cuenta datos empíricos).


A continuación, continua burlándose de aquellos que le rodean y observan hasta el momento de su muerte sin sentir ningún tipo de empatía por él al pensar de manera ególatra: “Yo primero y luego ellos, pero a ellos les pasará lo mismo. Y ahora tan contentos... los muy bestias.”. Actitud ante la cual solo podremos reaccionar de dos modos: o bien, inconscientemente, sentir pena, lástima, misericordia, ante su situación, o, de modo más grotesco e idealista, reírnos ante tal afirmación y entender de manera más intrínsecamente el significado –crease o no- de su apatía provocada por la soledad que va ligada a cualquier enfermo, persona mayor o discapacitado que incentiva ésta, nuestra sociedad.


Oh, vaya, y cuando parece que ya no podría sorprendernos de otro modo, a pesar de que conocemos a Ivan Ilich y su afición por la lectura observamos cómo a través de una figura tan intrínseca de la lógica, usada en las reflexiones filosóficas desde Aristóteles, como es el silogismo nos explica por qué él es especial y no un humano cualquiera a través del silogismo aprendido en la Lógica de Kiezewetter:


“«Cayo es un ser humano, los seres humanos son mortales, por consiguiente Cayo es mortal», le había parecido legítimo únicamente con relación a Cayo, pero de ninguna manera con relación a sí mismo. Que Cayo -ser humano en abstracto-fuese mortal le parecía enteramente justo; pero él no era Cayo, ni era un hombre abstracto, sino un hombre concreto, una criatura distinta de todas las demás: él había sido el pequeño Vanya para su papá y su mamá, para Mitya y Volodya, para sus juguetes, para el cochero y la niñera, y más tarde para Katenka, con todas las alegrías y tristezas y todos los entusiasmos de la infancia, la adolescencia y la juventud.” (pág. 16)


Ante tal afirmación, continua sigue sin mentalizarse de su propia mortalidad y sufre ante tal suceso, como demuestra al lanzar al aire su conclusión:


“Cayo era efectivamente mortal y era justo que muriese, pero «en mi caso -se decía-, en el caso de Vanya, de Ivan Ilich, con todas mis ideas y emociones, la cosa es bien distinta, y no es posible que tenga que morirme. Eso sería demasiado horrible.” (pág. 16)


Ivan Ilich no logra entenderlo. “¡No puede ser! ¡No puede ser, pero es! ¿Cómo es posible? ¿Cómo entenderlo?” ¿Qué hay que entender? La muerte es el juez supremo de la naturaleza que elige y juzga para recordarnos el tan afamado tópico literario medieval del tempus fugit. No avisa, ni hay por qué entenderla, solo llega.


“El mayor tormento de Ivan Ilich era la mentira…”. Esa mentira –si es que alguien se la imagina- no es más que la obcecación del ser humano por no querer aceptar la realidad que los rodea y los lleva a inventarse mundos imaginarios en el que todo está bien y se comporta a placer. Por muy cínico que pueda parecer, es un hecho.


Fruto de esa soledad que se apega al pensamiento y la realidad de nuestro Ivan Ilich “lo que más anhelaba […] era que alguien le tuviese lástima como se le tiene lástima a un niño enfermo”, consideración que, si no por subconsciente, por naturaleza viene aferrada al modo de pensar de cualquier persona. ¿Quién – y lo digo con absoluta sinceridad- no ha deseado tener cerca de sí a algún familiar, amigo, conocido, que se compadeciese de él y le brindase lo que es una gracia o caricia de comprensión al estar enfermo?


La soledad que padece Ivan Ilich solo se ve solventada en ciertas ocasiones por la presencia de su buen criado Gerasim pues “únicamente Gerasim se hacía cargo de ella y le tenía lástima; y por eso Ivan Ilich se sentía a gusto sólo con él”.


El pensamiento de nuestro protagonista avanza, como no es menos de una persona tan lúcida y versada, y llega a comprender al final de su propia vida lo que significa verse ligado sin escapatoria alguna a un enfermo al pensar en sus adentro debido a su falta de fuerza: “«Sí, los estoy atormentando a todos -pensó-. Les tengo lástima, pero será mejor para ellos cuando me muera.» Quería decirles eso, pero no tenía fuerza bastante para articular las palabras. « ¿Pero, en fin de cuentas, para qué hablar? Lo que debo es hacer»”.


Así, de este modo, la vida del que fue en día un ilustre abogado y juez, llegado el momento, se apaga cual cirio expuesto en una mampara de cristal y arroja un puñado de verdad: “«Éste es el fin de la muerte» -se dijo-. «La muerte ya no existe.»”. Con estas afirmaciones nos demuestra que la problemática de la muerte mientras uno sigue vivo acaba en el mismo momento de la muerte.


En definitiva, Ivan Ilich demuestra en su ser todas las premisas sobre la muerte y la soledad que tanto cautivan al ser humano. Por lo tanto, este personaje, fruto de la imaginación del genial Lev Nikoláievich Tolstoi, nos demuestra todo el potencial de la problemática del asunto.

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