La niña de la calle - parte 1
9 Dic, 2019
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                         CAPÍTULO 1




Violeta recorría la acera nerviosamente una y otra vez, esperando algún cliente que deseara pasar con ella un rato agradable. Cada vez lo hacía con mayor frecuencia .

Su adicción a las drogas era terrible y sólo vendiéndose lograba obtener dinero para poder comprar cualquier cosa que la hiciera sentir bien por lo menos unos instantes.
Al paso del tiempo le era difícil conseguir dinero, además de que su aspecto maltrecho daba miedo. A pesar de contar con solo dieciséis años y de que su cuerpo era un guiñapo sucio y maloliente, se había enseñado a sobrevivir en las calles desde que tenía cinco años, cuando su mamá se fue con un tipo y la dejó abandonada a su suerte.
No tardó en aprender a drogarse. Primero tiner y cemento, luego marihuana, pastillas, en fin de todo. Cuándo no andaba pérdida tirada en las calles, andaba robando o en las madrugadas se prostituía en aquel callejón asqueroso lleno de ratas con los vagabundos y pepenadores. Todos la conocían.
Por las mañanas, cuando lograba despertar, estaba ansiosa en busca de la droga, sudaba de pies a cabeza. Algunas veces la habían internado en centros de rehabilitación pero siempre hallaba la manera de escapar y volver a la miseria a la que se había acostumbrado, pues en realidad no conocía otra cosa.
Una noche habían transcurrido varias horas y nadie pasaba por el lugar. Decepcionada, camino lentamente hacia el tugurio que estaba a unas cuadras adelante. Era su refugio. Muchas noches se había quedado a dormir en la entrada y el dueño a veces le daba algo de comer. Como ya era muy tarde, casi no había gente en el lugar. Entró y se sentó en una mesa, no sin antes beber los sobrantes de los vasos de los clientes que ya se habían ido.
Sentado en una mesa, había un hombre con un abrigo negro y lentes que la miraba fijamente. No era alguien del barrio sino alguien elegante. Nunca lo habían visto por ahí. Su presencia era notoria: era un hombre muy extraño, parecía que viniera de otro mundo.
Cuando ella se percató de que estaba allí, él la saludo con una sonrisa y un ademán de amabilidad.
Violeta, tambaleándose, camino hacia él y le pidió una bebida para ella.

-¿Cómo te llamas?

-Violeta

-Qué bonito nombre, casi tan bonito como tú.

-Gracias. Tú no pareces de estos rumbos. Oye, ¿no te gustaría pasar lo que resta de la noche conmigo y sólo me das unas cuantas monedas?

-No, te lo agradezco.

-Mira por favor, necesito dinero. Lo que sea, lo que tengas.

-No Violeta, gracias. No es lo que estoy buscando.

-¿Entonces que buscas? Se nota que tú no eres de por aquí.

-Sólo pasaba y decidí entrar. Hay que conocer de todo ¿no crees? Y mirá que afortunado soy: te conocí.

-Ya no te burles. ¿A quien le puede dar gusto conocerme? Si sólo me quieren para una cosa nada más.

-No todos somos iguales Violeta. Hay otros hombres que buscamos cosas diferentes.

-¿Y como que estas buscando tú? No creó que en este lugar esté lo que necesitas, y además no quieres ayudarme..

-No, Violeta. Claro que quiero ayudarte pero no de la manera que tú crees. En este lugar hay muchas cosas que pueden interesarme, muchas más de las que te imaginas. En realidad, lo que yo necesito de una persona no tiene nada que ver con alguien en particular. Todos lo tenemos. Basta con el deseo de entregarlo.

-De veras que tú fumastes peor que yo. No te entiendo pero me haces reír. Además estas pagando las cervezas y no quieres nada a cambio, por eso escucho lo que quieras.

-No lo sé, tal vez tu puedas darme algo que yo necesito, o mejor dicho, algo que mi superior necesita. Sólo tienes que decidirte. Pero no te preocupes, no hay prisa después de todo, el tiempo no existe para él.

Violeta bebió más de diez cervezas y después de la tremenda borrachera, se desvaneció. Cuándo despertó al día siguiente estaba en un cuarto de hotel, no tan malo como los que ella conocía. En la mano tenía algo de dinero y le habían llevado comida al cuarto. Mordisqueo apresuradamente algunas cosas de la charola y salió corriendo.

-Oiga, ¿como llegue aquí? - le preguntó al señor de la recepción.

-¿Y me lo preguntas a mi niña? En la madrugada un hombre con un abrigo negro te trajo, te puso sobre la cama e inmediatamente se fue. Claro, no sin antes pagar una semana de tu estancia aquí, con comida y todo. Y mira niña mejor bañate. De no ser por que ya me pagaron por adelantado, te echaba de aquí. Apestas.

Violeta no hizo caso de lo que aquel hombre le decía, sólo se aferraba al dinero y volver a las mismas.
No regreso al hotel, se quedó dormida en el callejón. Por alguna razón tenía miedo de enfrentar al hombre misterioso que había conocido la noche anterior, prefería no verlo, tenía temor de que le cobrará todo lo que le había dado o a lo mejor se la quería llevar a un hospital de rehabilitación; o peor aún, que tal si era policía y la metía presa. Por su cabeza pasaban las peores cosas porque, en realidad, nunca le había ocurrido algo bueno. Ella no creía en la bondad de la gente: nunca nadie le había dado algo a cambio de nada.
Así transcurrieron varios días, entre la anarquía de aquella vida y el bienestar falso que las drogas le brindaban. Violeta casi no comía pero de vez en cuando le daba hambre. Lo que hacía en esos casos era hurgar en los contenedores de basura que estaban en los callejones; mientras peleaba con los gatos por la comida, encontró algo de pan. Ya era muy tarde y estaba tan distraída en su tarea por conseguir alimento que no notó la presencia del hombre que se acercaba con pasos lentos. Cuándo levantó la cara lo vio justo frente a ella. Se asustó y echó a correr pero al dar la vuelta se lo volvió a encontrar de nuevo. Así ocurrió como cuatro o cinco veces, cada vez que ella se dirigía hacia algún lado el hombre se le aparecía de frente. Era una situación poco normal. Una persona no puede correr tan rápido.
Exhausta, se dio cuenta de que era imposible escapar de él y se detuvo.

-¿Que le paso Violeta? - ¿No qué éramos amigos? ¿Por que huyes de mi? Tal parece que hubieras visto al Diablo y aunque así fuera no puedes escapar de él.

-Mira, prometo pagarte lo que me distes, sólo dame tiempo.

-No Violeta, no te estoy cobrando. Entre amigos nos hacemos favores. Tal vez sea más pronto de lo que te imaginas.

La joven se sentó en la banqueta. Él hombre se sentó junto a ella y la abrazo. Ella no pudo evitar sentir cierta calidez en aquellos brazos. Nunca la habían abrazado así.

-Mira, te traje hasta un regalo.

Debajo de la gabardina, aquel hombre saco una botella de whisky. Era un regalo que Violeta no podía despreciar: se la arrebato, abrió y bebió como si fuera agua.

-Oye y por qué me das todo esto? Seguro te equivocaste de persona. No puedo darte nada. Velo como una cortesía de parte mía y de mi jefe. Tal vez te veo como una hija.

-¿Hija? Nunca nadie me había dicho esa palabra. A mi papá ni lo conocí y mi mamá me abandonó cuando tenía cinco años. De lo único que me acuerdo es que me hablaba con puras groserías. Repetidamente, el hombre de la gabardina le dijo que tenía que irse pero que pronto regresaría. Así que se levantó y se fue. Sin que Violeta lo supiera, ya estaba logrando lo que quería, la chica se estaba enganchando a él, le había llegado por el lado del afecto y además, abastecía sus vicios. ¡Que más podía pedir!
Se quedó un rato más, sentada en la banqueta, queriendo prolongar aquellos momentos. "Hija" que palabra tan increíble, la saboreaba en su mente una y otra vez mientras tomaba grandes tragos de la botella. Cuándo término, la lanzó con furia y se quedó dormida en el mismo lugar. Durante los siguientes días la salud de Violeta desmejoro notablemente. Tenía una tos horrible, escalofríos y estaba ojerosa, además sufría el síndrome de abstinencia que la hacía hasta desvariar. En su deambular por las calles, mientras buscaba clientes se desvaneció, y no fue sino hasta al tercer día que despertó en un pequeño hospital local. Cuándo abrió los ojos, una enfermera la miraba fijamente.

-Porque estoy aquí?

-Te trajo una ambulancia hace tres días y hasta hora despertaste. Tienes una bronconeumonía que da miedo. Además te hicieron varios estudios y me temo que los resultados no son muy alentadores.

-Qué quiere decir? ¿Que tengo? ¿Por que me siento tan mal?

-Ahora viene una trabajadora social hablar contigo. Yo no puedo decirte más.

Justamente en ese momento entró la trabajadora social y le hizo unas preguntas comenzando con su nombre.

-Así que te llamas Violeta, bien ¿Y tu conoces una enfermedad que se llama Sida?

-Claro que la conozco ¿Quien no? ¿Pero por que me lo pregunta?

-Mira Violeta te hicimos varios estudios y saliste positiva a la prueba de Sida, ya está muy avanzado, por eso te sientes tan mal. Aquí es un centro de beneficencia y podemos ayudarte con algunos de los medicamentos que necesites pero tienes que poner de tu parte. Por lo pronto tendrás que dejar las drogas.

-No, no es cierto, yo no puedo tener eso que usted dice, de seguro me quiere espantar.

-No lamentablemente es cierto. Y si no te cuidas, no duraras mucho tiempo.

Violeta le dio un fuerte empujón a la mujer y salió corriendo de aquel lugar.

-La detenemos licenciada? - preguntó la enfermera a la trabajadora social.

-No dejala, la negación es una reacción muy natural. Yo sé que es cruel. La muchacha es muy joven pero, desafortunadamente la enfermedad está muy avanzada. Por lo que veo, no creó que esa muchacha dure mucho.

Las lágrimas corrían por el rostro de Violeta y aunque no sabía exactamente qué era el Sida..

Continúara....

Autor: Soujiro kito

Nota: espera el siguiente capítulo.
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IdoyaNanin 4 puntos 9 Feb, 2020 IdoyaNanin 4 puntos
Voy rápidamente a leer el siguiente capítulo...
0 votos
9 Feb, 2020
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