Seguro que todos en un momento dado nos hemos preguntado qué hacer con nuestra vida, cómo vivirla, de qué manera rentabilizarla al máximo.

Personalmente, no concibo mejor modo de rentabilizar la existencia que transitar a través de ella con paso firme, sin detenerse a contemplar las huellas dejadas en el camino, enarbolando con decisión la bandera de la esperanza y luciendo en los labios esa luz que sólo fulge de la auténtica alegría de vivir. Caminar libres de las cadenas del pasado y sin miedo a las acechanzas del futuro .

Libres también de convencionalismos y dogmas de dudosa procedencia, aceptar amar sin la necesidad de ser correspondidos, exponer nuestro pensamiento sin sufrir en ningún momento por las supuestas incomprensiones ajenas: marchar hacia el horizonte marcando metas y objetivos en el mapa, pero sin desilusionarse por su posible incumplimiento, aceptando nuestras equivocaciones como inevitables y sin jactarse de los éxitos cosechados, vacunados tanto contra la vanidad que provocan éstos como contra el desencanto derivado de los fracasos, sin someterse a esclavitud alguna, ni siquiera a la derivada de principios, ideales o convicciones, sino enteramente libres.

Ya, ya sé que es una utopía, pero es una utopía bella.