Los quería tanto
19 Jul, 2019
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Camino de vuelta a casa mientras pienso en mis angelitos. Me encantó ser su niñera y jugar con ellos hasta que se quedaron dormidos.


El sonido de unos pasos a mi espalda me saca de mi ensimismamiento .

Giro mi cabeza despacio y lo veo. Siento un escalofrío atravesar mi sangre como un cuchillo. Mi corazón golpea duro contra mis costillas. Tal vez estoy paranoica, quizá sólo está pasando por aquí y… No, no debo engañarme. Aprieto los ojos, respiro profundo y apresuro el paso.


Volteo una vez más. Ahí viene. «¡Dios mío! ¿Será que este es mi fin? Jamás imaginé que me convertiría en una estadística».


«¿Qué cosas piensas, Lucía? ¿Tan pronto te das por vencida? ¡Corre! ¡Rápido! ¡Ve a casa!».


Toda la energía de mi cuerpo se dirige a mis piernas. La adrenalina me mantiene alerta.


¡Gracias al cielo! Vislumbro la puerta de mi casa.


«¿Y las llaves? ¿Dónde mierda están? Piensa, Lucía. Esta mañana las eché en mi bolsa. No, pero las saqué de ahí cuando agarré el cuchillo… ¿Dónde las…? Ah, mi chamarra».


Bajo los cierres de mi chamarra: ¡no están! ¿Mi pantalón? ¡No están! «Lucía, sin llaves no vas a poder entrar».


¡Ya sé! La entretela de mi chamarra. Está rota. A veces las monedas se cuelan por ahí. Tiento sin dejar de correr. En el costado izquierdo siento un bulto. ¡Gracias, Dios! «Sácalas. ¡Rápido, Lucía! No hay tiempo».


Diez metros. Cinco metros. Estoy en la puerta. Mi mano trémula no es capaz de encajar la llave en la cerradura. No quiero mirar, pero...


Es tarde. Sus manos ya están sobre mis hombros.


Él me tira contra el suelo y me pone en las muñecas unos fríos aros de metal.


—Lucía Castillo, quedas bajo arresto por el homicidio de los menores Ana y Joaquín Ledesma.


 

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